714 días con sus correspondientes noches; 714 días de lucha, de esfuerzo y esperanza para, finalmente, vencer a la enfermedad y recibir la mejor de las recompensas, el reconocimiento y la emoción de tu gente. Porque sí, porque fue un momento de los que te ponen un nudo en la garganta ver cómo Virginia Torrecilla era manteada por las jugadoras del FC Barcelona. ¡La futbolista del Atlético de Madrid había logrado superar un tumor en la cabeza!

Incluso siendo un mero espectador, como lo fui en este caso, qué intensa es la sensación de empatía, de pensar en lo que vivió y sufrió, en lo que luchó y logró, lo que sacrificó y recibió. Es una sensación de vértigo, pero por encima de todo, de admiración.

Pues ahora imaginaros, si además de vivirlos como espectador, te toca gestionar esos momentos en los que lo emocional puede llegar a bloquearte. ¡Doble mortal y sin red! Que, en una de tantas presentaciones que me suele tocar hacer, familiares u organizaciones quieran brindar un homenaje a un ser querido, a un@ deportista.

Recuerdo, entre otros, el del deporte guipuzcoano a Txema Olazabal; el del atleta Sergio Román a sus padres en la 15K; el del Bera Bera a Monika Daza en la clásica Donostia-Baiona-Donostia; el de la Behobia-San Sebastián a la Campeona Paraolímpica Susana Rodríguez; o más recientemente, la Gimnástica de Ulía al marchador Mikel Odriozola.

Son situaciones en las que uno tiene que tirar de oficio, observar al homenajead@ y saber, en todo momento, qué hacer o no hacer, si callar y dejar que salgan sus emociones o tomar la palabra para darle tiempo a recuperarse. Y tengo que reconocer que me encanta, me gusta ser su apoyo, ayudarles con la mirada como con la palabra para que, al fin y al cabo, puedan transmitir todo ese torbellino de emociones en forma de agradecimiento.

El número de días de lucha y sacrificio es lo de menos, lo que realmente importa es que, tras un homenaje desde el corazón, el/la protagonista sea consciente del maravilloso instante que está viviendo. ¡Un momento único!